10

mar 2017

El precio de ser mujer

10 de Marzo de 2017. Mar Vicent

El 8 de Marzo, como éste que hoy se celebra, las mujeres deberían pedir la palabra, y no soltarla durante el resto del año, ni durante el resto de sus vidas.


Podríamos así recordar que nuestra presencia es permanente y no intermitente, y que más allá de este mes violeta y guerrero en que cada año resurgimos de nuestras cenizas, tenemos luego todo un año, en el que volvemos a quedar encerradas en nuestra burbuja, esa que nadie pincha y desde la que miramos, abrumadas, como juegan con nuestras vidas.

Porque vivimos en una sociedad que dice amar a sus mujeres, que exige para ellas respeto y dignidad, que las enaltece, las protege, las valora y al mismo tiempo, las ignora, las esclaviza, las explota y a veces, demasiadas veces, las asesina.

Una sociedad que nos quiere bellas hasta la extenuación y acomplejadas por esas arrugas que tanto nos ha costado conseguir. Que nos convierte en objetos de deseo y de perdición y nos condena a la búsqueda permanente de ese amor que ha de doler para ser verdadero. Que nos sube a los altares o nos condena al infierno, siempre sin pedirnos opinión, y nos borra de los libros de Historia, como si la historia de la Humanidad, no fuera también nuestra historia. Que nos halaga y nos adula falsa e irrespetuosamente, como si sus piropos fueran necesarios para confirmar nuestro valor. Que nos abre las puertas con afán cortés, al mismo tiempo que nos da un portazo en las narices cuando somos nosotras las que decidimos donde queremos entrar. Esa sociedad que nos exhibe como carne fresca en vallas publicitarias arrebatándonos la dignidad y la autoestima y que pretende imponer el uso que podemos dar a nuestros cuerpos.

Que dice admirarnos por nuestro tesón para adquirir cualificación y profesionalidad y luego nos interroga sobre nuestra maternidad y nos rechaza porque no alcanzamos sus expectativas de productividad. O que nos contrata con salarios de miseria y condiciones de esclavitud que harán de nosotras las pobres del mundo. Que nos quiere madres amantísimas, pero se desentiende de las criaturas, de sus necesidades y de las nuestras. Que nos quiere hijas abnegadas, esposas entregadas, que hacen innecesaria la existencia de centros de día o de escuelas infantiles. Que dice querer protegernos de nuestra fragilidad y no se da cuenta de que no somos débiles, sino que nos enfrentamos a una violencia eterna y enmascarada que nos agrede cuando aspiramos a ser personas libres e independientes, dueñas de nuestro propio proyecto vital.

En el día de las mujeres sería exigible un poco de cordura para superar la orgía de declaraciones que ocultan la injusta realidad que debiera ser evidente: ser mujer, aquí y ahora, sigue exigiendo un pago adicional que todas pagamos. Habría que amordazar a los sonrientes que predican que la igualdad se sienta en nuestra mesa, que las mujeres son dueñas de sus vidas, reinas de sus hogares? A esos que saben perfectamente que aunque las leyes se escriban con letras de oro, las penas por su incumplimiento son siempre de humo, y así es fácil seguir haciendo del Hombre el centro de la existencia y de las mujeres, el coro de arcángeles amorfos y sumisos que aletea a su alrededor.

En el día de las mujeres, donde una conjura global obliga a entonar un himno no escrito que está lleno de medias verdades y mentiras, rindamos homenaje desde la sinceridad admitiendo cuán duro es el precio que a día de hoy siguen pagando las mujeres por el hecho de serlo y reconociendo el esfuerzo transformador que hacemos todos los días que no son 8 de Marzo.

 

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