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may 2020

#EselMomento de defender lo público: La paguita empresarial

19 de Mayo de 2020. Jose Mª Ruiz Olmos

La patronal anda desorientada, o mejor, anda despistada (son muy diestros en su orientación). No está acostumbrada a que en tiempos de crisis, las medidas que pone en marcha el gobierno se centren en asegurar una mínima supervivencia del bienestar de la clase trabajadora. En realidad, se ha esforzado mucho para que en tiempos de crisis, los gobiernos pongan a su disposición los dineros presentes y futuros del estado. Y en un sistema como el capitalista, las crisis se superponen y son crónicas, tan crónicas que ya son una herramienta para, en cuanto hay fondo público se vacíe en las cuentas de las grandes empresas. De hecho, muchos gobiernos, locales, provinciales, autonómicos, han reorganizado sus cuentas para generar nuevas subvenciones a empresas de, casi, cualquier tamaño.


Lo más vergonzoso del asunto es que a una parte del empresariado (no a todo) le ha dado por despreciar las políticas de protección social, de cuidado de personas, puestas en marcha por los gobiernos progresistas. Incluso, con la colaboración de su brazo armado político, la derecha extremada, han iniciado una campaña para despreciar y ridiculizar el ingreso vital mínimo, una herramienta para garantizar que quienes no tienen casi ni para comer, en muchas ocasiones por cierto, como resultado del funcionamiento injusto del propio sistema capitalista, tengan garantizado un derecho humano básico: la dignidad. Consideran que una obligación de un estado que se dice social como garantizar el bienestar de las personas es una forma del dilapidar un dinero que consideran propio: el público. Gran error.

Mención aparte merecen las declaraciones de una parte del clero, por cierto, bien traído a este escrito sobre la patronal, que, tal vez temiendo en peligro el monopolio de la caridad o de la formación escolar concertada, ve en un estado protector una competencia inaceptable y la pérdida de un proveedor de capital, casi, ilimitado. Sé que en Cáritas y en muchas otras entidades verdaderamente cristianas, hay mucha gente que no comparte, ni de lejos, las palabras de esos obispos. Capitalismo en el Templo… Igual toca que vuelvan a expulsar a los mercaderes.

Pero, volviendo al papelón de una parte de la patronal, hemos asistido a declaraciones, en redes sociales y en los medios de comunicación, que dan vergüenza ajena ridiculizando la lucha contra la pobreza para, unas estupideces después, proponer como solución a la crisis trasvasar más dinero a las empresas. Sus lloriqueos avariciosos exigiendo para sí el dinero de los más necesitados es lo más bochornoso que he vivido y la muestra más obvia de lo inhumano del sistema capitalista y sus portavoces. Así, sí tiene sentido la reciente sentencia al exconseller Blasco que, después de quedarse una importante parte del dinero público de la lucha contra la pobreza, se fue a su casa con poco más que una regañina.

Lo que la patronal no entiende, o prefiere no entender, es que su actividad económica no necesita subvenciones ni bonificaciones, ni debe depender de estas, lo que necesita son clientes. De ahí que todo el dinero que reciba la ciudadanía es su mejor subvención ya que va dirigida al consumo interno, es decir, a sus tiendas, sus servicios, su actividad productiva. El dinero público que garantiza la supervivencia y una mínima defensa de la dignidad de las personas, también es riqueza para el empresariado. Oponerse a esto es parecido a fomentar el empobrecimiento de la clase trabajadora, como en la crisis todavía activa iniciada en 2008, para que sea más fácil su precarización una vez se salga de la crisis.

Pero no es el momento de críticas, ya llegará una evaluación seria, sin electoralismos carroñeros. Este coronavirus nos está sacando lo mejor y lo peor a las personas, las que aplauden cada día a las 19’58h. y las que amenazan a sus vecinos y vecinas sanitarios para que se muden, las que se juntan con sus amistades para conseguir llevar alimentos a quienes les hace falta y quienes bombardean con mentiras las redes sociales para obtener rédito electoral. Ante tanto ruido, no deben pasar desaparcebidas algunas conclusiones importantes: la necesidad de contar con un sector público potente y ágil, es decir, evitar las tentaciones privatizadoras o recortadoras. Cuanto más y mejor dotado esté el sector público (sanitario, educativo, seguridad, gestión de prestaciones de empleo, servicios sociales,…) la reacción ante este tipo de crisis será más fácil.

Pero, también, que quienes nos están sacando de esta crisis son sectores laborales, muchos de ellos feminizados y precarizados, personal sanitario, limpiadoras, cajeras de supermercados, personal de la administración pública, sector primario y transporte que nos sigue alimentando,… Mujeres con salarios muy por debajo de lo que debieran, con derechos mucho menores de lo que toca por su nivel de entrega y profesionalidad. Pero, también, la cultura volcada en aliviar nuestro confinamiento y la inmigración con y, sobre todo, sin papeles que el campo y otros sectores necesita aunque la extremada derecha patronal y política siga negándolo y estigmatizándola. Habrá que revisar sus condiciones de trabajo y, no sólo agradecer su esfuerzo con una gratificación, sobre todo, reconocer con derechos la importancia de su trabajo. La negociación colectiva es el ámbito para esos acuerdos.

Tenemos que recordar lo que está pasando, recordar a quienes no han estado al lado de la gente, quienes han tratado de llenar de crespones negros las urnas; quienes rechazaron en Europa lo que exigen en España; quienes buscan culpables de situaciones que están relacionadas con la pésima gestión de la sanidad y de las residencias de tercera edad que hicieron en su momento; quienes de forma avariciosa y torticera han querido reservarse el dinero público a costa de multiplicar la pobreza; tenemos que recordar a quienes han boicoteado en lugar de hacer propuestas, hay que recordarlos y sacarlos de la toma de decisiones sobre lo público.

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