8

mar 2017

Las flores en el jardín

8 de Marzo de 2017. Mar Vicent

En realidad, el 8 de marzo, no es una celebración. Como mucho, es la conmemoración de un suceso en absoluto susceptible de ser celebrado, como es la muerte de 120 trabajadoras de la industria textil en Nueva York. Murieron en el incendio de la fábrica en que trabajaban en el contexto de una huelga general donde participan mas de 40.000 costureras industriales en demanda de igualdad de derechos, reducción de jornada, derecho para unirse a los sindicatos y el cese de la explotación infantil. Como se ve, reclamaciones que no eran nada baladíes.


Pero ya se sabe que el tiempo todo lo cura, o como poco lo suaviza, y en muchas casos distorsiona los recuerdos, a veces pervirtiendo absolutamente el original hasta conseguir una versión descafeinada, totalmente ajena al planteamiento inicial. Y en este caso el mecanismo ha funcionado con gran eficacia. Así, el Día de las Mujeres se convirtió poco a poco en una especie de celebración poética y testimonial, en donde la sociedad evidencia el gran amor y respeto que tiene hacia las mujeres. No hace muchos años, se les regalaba macetas, o flores, o cualquier otro elegante obsequio como muestra de reconocimiento y valoración.

Este año, como ya viene pasando, y gracias en gran medida a la contribución de los sindicatos, las cosas son diferentes. Aún siendo cierto que las mujeres han dado pasos de gigante en la exigencia y recuperación de sus derechos; aún siendo cierto que la igualdad es hoy una realidad formalmente sancionada en leyes y normativas, hoy, este día de las mujeres, tiene una carga reivindicativa y guerrera que no se puede obviar.

Nos sobran razones para ello, todavía más desde la plena conciencia de que los avances conseguidos hay que defenderlos porque muchos de ellos son reversibles, y a poco que nos descuidemos, podemos volver atrás a tiempos y situaciones a las que, de ninguna forma, queremos retornar.

Seguimos teniendo un difícil acceso al mercado laboral como demuestran las cifras de ocupación que, tozudas ellas, se empeñan en describir una situación en la que los varones encuentran ocupación con mayor facilidad. No son empleos para tirar cohetes, es cierto, pero dentro de la bajísima calidad del empleo que este país ofrece, gracias a reformas laborales varias, para las mujeres queda reservado el peor.

Da igual que las mujeres estén cada vez mejor preparadas, mejor cualificadas. Nadie les regala nada, pero ellas hacen el esfuerzo que haga falta para titularse y adquirir conocimientos para asumir cualquier responsabilidad. También perciben con rapidez, para eso son listas y espabiladas, que el acceso a los puestos de mando y responsabilidad, a los mejor pagados y considerados están en muchos casos fuera de su alcance, blindados a pesar del tesón de las mujeres por demostrar su valía y capacidad. Ahí están las cifras para demostrarlo. O que la conciliación es un espejismo que se alimenta interesadamente, porque aunque las mujeres hayan salido de los espacios domésticos, sus compañeros no acaban de entrar en ellos para corresponsabilizarse de las tareas.

En el 8 de marzo, algunos deberían morderse la lengua antes de felicitarnos porque antes que poemas, discursos o canciones, exigimos derechos y necesitamos soluciones. Nos interesa especialmente el reconocimiento del derecho a la vida, a no ser maltratadas ni asesinadas por una violencia machista que ya está perfectamente identificada pero que no es afrontada con la contundencia que debería. Nos interesan soluciones para poder construir un proyecto vital, independiente y autónomo, desde la dignidad y la libertad. Reclamamos el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra sexualidad o nuestra maternidad.

Hoy el desafío está en reconocer la realidad de las mujeres y afrontarla sin condiciones, sin reticencias. Actuar y no predicar. Transformar y no ignorar. Trabajar y no hacer poesía. Este es nuestro 8 de Marzo. Las flores, déjenlas en el jardín.

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